Solo el día que no necesites de otros que hagan tu trabajo, o de sequías y hambrunas que guíen las presas al cebo y seas tu mismo quien pueda encontrar y seguir un rastro, caminar en el barro, arrastrarte en las espinas, ver en la oscuridad, oír en el silencio y oler el viento, ...entonces, recién ese día, te llamaras CAZADOR.

En otra Tierra




Transcurre el Lunes y no salgo de mi asombro, sigo inmerso en nuestra ultima cacería, ansioso que finalice la semana para volver a esa paradisíaca tierra, una tierra cargada de leyendas, un lugar perdido en el tiempo escondido en la geografía Entrerriana.

Partimos a una nueva aventura con Carlos y los catitas muy temprano de madrugada, con la incertidumbre de que nos depararía el destino; no hacíamos otra cosa mas que preguntarnos como seria el terreno, cuan hábiles cazadores serian nuestros anfitriones, que tan esquivas nuestras presas, que estrategias aplicaríamos, etc. Ninguna pregunta que no nos hayamos hecho una y mil veces con el mismo entusiasmo y ansiedad como si fuese la primera vez que salimos a cazar.

Transcurrieron el tiempo y los kilómetros recorridos, tan rápido que sin darnos cuenta ya estábamos en zona; un paraje perdido, casi ignorado, secundante de un Pueblo apenas mas conocido. LLegaron los porteños!! fueron sus primeras palabras, nos recibieron en el galpón de la casa, entre perros y pertrechos típico de un hombre de campo y cazador. La madrugada aun estaba fresca y la cubría un manto de espesa niebla, la fogata ardiendo y el mate que no se hizo esperar.
Una vez ya alistados recorremos unos pocos kilómetros hasta dar con un lanchero quien nos llevaría al punto de inicio de nuestra cacería. La navegación fue larga, de unos treinta minutos, minutos interminables, minutos donde el tiempo parece detenerse y regalarnos ese momento, que lindo fue ver al Sol fuerte y brillante posado sobre el Río Uruguay, como si descansara sobre su viejo amigo inquieto, calentando su majestuoso caudal; en la proa de la embarcación, dos lugareños que nos acompañaban, en sus ojos podía verse nuestro mismo entusiasmo, nuestra misma necesidad, esa necesidad interna de cazar.

Desembarcamos en una costa crecida por sudestada, con la vegetación tupida y enmarañada, Sauces y espinillos que desconocían nuestra presencia, en cuanto pude ver el suelo, vi el rastro de un chancho grande, quien dejo su huella fresca de haberse anticipado solo por algunas horas, su huella tranquila, su pisada firme, sin prisa recorriendo sus dominios.

Exploramos varios kilómetros sin lograr buenos resultados, respetando las costumbres y modos de búsqueda y rastreo de nuestros anfitriones, quienes a nuestro entender no estaban haciendo del todo bien las cosas. En nuestro largo recorrido atravesamos distintos terrenos desde los fangosos costeros, cruzando varios arroyos, pasando por tupidos montes, y hasta plantaciones de álamos, las que creaban un bosque dando un entorno fascinante, mezcla de una vegetación y flora únicas propias del lugar, con el otoño ya sobre las copas de sus gigantes, cambiando sus follajes y creando una paleta de tonos singulares.
Ya dando por finalizada la jornada de caza, que si bien no tuvimos el éxito esperado nos sirvió de gran aprendizaje, nos recoge nuestro práctico lanchero, un hombre sencillo, callado, quien con su silencio no hacia mas que hablarnos de esa gente, de su gente, de sus pares de las islas, gente que sobrelleva sus vidas viviendo en y de la naturaleza, gente que se alimenta y vive de los frutos del Uruguay, gente de la que no escuchamos acá, gente que nos enseñaría a ser mas gente.




Mi querido Río Uruguay, muy pronto nos volveremos ver...
Pasaron unos pocos días y tal como prometí nos volvimos a ver, no podía dejar de visitar ese lugar y esa gente, quienes hicieron de su hogar el mió.

Esta vez las cosas se hicieron a mi modo de acuerdo a mi experiencia, pedí ser yo quien guiara la cacería y accedieron sin prejuicios.

El resultado fue el mejor que pudo haber coronado esa fabulosa jornada, tras haber rastreado, perseguido y acechado un muy buen Axis durante unas horas, finalmente logre el ángulo de disparo que si bien no fue el ideal, fue suficiente para asegurarlo.





Y como dije aquel día, una vez más mi querido Río Uruguay, muy pronto nos volveremos a ver…

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